“Mas yo haré venir sanidad sobre ti, y sanaré tus heridas, dice Jehová…”
Jeremías 30:17
El Señor confirma a través de la naturaleza su increíble y milagroso obrar de formas muy diversas y abundantes; una es la manera en que crea las perlas; si un agente, partícula o cuerpo extraño, “como un grano de arena”, entra en una ostra ésta comienza a trabajar para defender su blando e indefenso cuerpo, y en esta lucha por preservar su cuerpo, su hogar, reacciona cubriendo lentamente la partícula intrusa hasta con una mezcla de cristales de carbonato de calcio y una proteína llamada conchiolina, formando la sustancia conocida como “nácar”. Las distintas capas de "nácar" van cubriendo el grano de arena de manera que da forma y origen a una "hermosa perla".
Es así que podemos decir, que las ostras que no han sido heridas de alguna manera no pueden producir perlas; por lo tanto, cuando tenemos una "perla" entre las manos, o a la vista de los ojos, debemos pensar que ellas son heridas cicatrizadas, son heridas que han sanado y que han producido una piedra preciosa.
Y así suele suceder en la vida; generalmente percibimos las ofensas que otros producen a nuestros ser o las desilusiones, los fracasos, las caídas, o frustraciones que en la vida tenemos, como acontecimientos dolorosos que han provocado daño; deterioro, heridas, lesiones que marcan; pero Dios quiere que aprendamos y que de esos acontecimientos, y hechos que han sucedido y están ahí albergados en nuestro ser, no se queden en lamentos sin sacar nada provechoso, sino que se conviertan y den lugar a “perlas” que adornen nuestra vida, y que cada vez que pensemos en ellas recordemos que fue la mano de Dios quién trabajo en nuestro ser, sanando las heridas para que el producto final fuese perlas de servicio, obediencia y compromiso para él.
“Las ostras que no han sido heridas no pueden producir perlas”.
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