Cuando sufrimos pérdidas en la vida ello nos produce dolor. En ocasiones se tratan de pérdidas materiales, a veces son muy fuertes como la muerte o la separación de un ser querido, a veces son relaciones, lugares que ocupábamos o tareas que desempeñábamos, pero hay una verdad latente, cuando se pierde algo siempre causa dolor, pero Dios sana la herida y ofrece consuelo.
“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.” - Habacuc 3:17-19.
Habacuc nos refiere varios complementos simbólicos de lo que necesitamos cada día: el sustento, la salud, el tiempo, la alegría, el gozo. Cuando algo o todo parezca desvanecerse delante de nuestros ojos, cuando la pérdida se traduzca en intenso dolor y desilusión, recordemos siempre que: Él sana nuestras heridas y las venda y nunca nos dejará solos porque Él es fiel “Jehová permanecerá para siempre” - Salmos 9:7; Isaías 53:4-5.
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