La
gloria de Cristo es el conjunto de todas sus perfecciones, entre las cuales
hay, por ejemplo, su poder, su santidad, su justicia y su amor.
El poder de Cristo puede manifestarse de
muchas maneras. Es tan grande que una palabra bastó para crear el mundo de la
nada – Génesis 1: “Él dijo, y fue hecho;
él mandó, y existió” (Salmo 33:9). Quizás olvidamos que, si todo fue hecho
por Cristo, el Verbo (Juan 1:3), hoy él también “sustenta todas las cosas con
la palabra de su poder” (Hebreos 1:3). “Todas las cosas en él subsisten”
(Colosenses 1:17). Sin el poder de Dios en actividad permanente, el Universo no
podría subsistir.
Además, llegará un día en el que Cristo,
mediante su palabra, juzgará a los que no creen en Él y destruirá esta primera
creación para reemplazarla por nuevos cielos y nueva tierra. “Vi un cielo nuevo
y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el
mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1). El Universo que existe actualmente
desaparecerá: “Los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas” (2ª Pedro 3:10).
Pero antes de que llegue ese día, Cristo
vendrá a buscar a aquellos que hayan creído en su nombre para ser salvos. Los
llamará a todos con autoridad, estén muertos o vivos. Les dará un cuerpo
glorificado parecido al suyo y los introducirá en el cielo, en la casa del
Padre, donde estarán para siempre con él.
“En
la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera
dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Y
si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para
que donde yo estoy, vosotros también estéis” – Juan 14:2-3