“Cuando
se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los
hombres, nos salvó… por su misericordia”.
Tito
3:4-5.
Simón era
un joven canadiense que necesitaba dinero para hacer frente a su adicción a las
drogas, pero ¿cómo ganarlo a los 17 años de edad? Se puso a vender la droga él
mismo. Dos condenas no pusieron fin a su narcotráfico.
Al cumplir sus 18 años fue invitado a una reunión: allí oyó el Evangelio y
comprendió que Dios lo había amado hasta dar a su propio Hijo. Ante Dios
reconoció todo el mal que había cometido; la paz lo invadió y fue liberado de
su antigua vida. Pero debía ser juzgado por tercera vez. Ya era mayor de edad y
tenía miedo; sabía que esta vez merecía una severa pena de prisión.
Llegó el momento de comparecer ante el juez. Silenciosamente clamó a Dios.
Simón no ocultó nada, y su confesión alivió su conciencia. La audiencia estaba
a punto de terminar. El juez levantó su martillo. ¡Solemne momento! ¿Cuál sería
el veredicto? Lo que usted ha hecho merece siete años de prisión… (silencio)…
pero teniendo en cuenta su actitud, he decidido perdonarle una vez más. Y el
martillo cayó: En ese momento comprendí lo que
es la gracia de Dios, dijo Simón.
Dios no dice: «Lo
que has hecho no es grave», ni tampoco: «Yo soy el buen Dios que siempre
perdona». ¡No! Él dice: «Sólo mereces la condena, pero como reconoces tus
faltas, te arrepientes, confías en mí y en Aquel (Jesucristo) que pagó en tu
lugar, te perdono».
“Por
gracia sois salvos”.
Efesios
2:8
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